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Recuerdo la primera vez que fui a Madrid. Quedaba poco para Navidad y había quedado con un amigo del colegio en el kilómetro cero. Aquel lugar, que ya existía en mi memoria por ser el escenario de las campanadas de Nochevieja, me dejó pasmado.

No era yo la única que se había citado “allí donde se cruzan los caminos”; había grupos de amigos, familias fotografiándose, vendedores de lotería repartiendo suerte, todo olía a castañas asadas y las luces de Navidad eran las más asombrosas que yo había visto jamás.

Puerta de Alcalá

Solo, esperando a mi amigo, tuve una inexplicable sensación de felicidad. Ese lugar me puso la piel de gallina. Me sorprendió que, lejos de agobiarme el frenético ritmo de esta ciudad, sentí que estaba viva, que las hordas de gente que por allí pasaban, no me eran ajenas, yo formaba parte de ellas.

En Madrid se desmiente esa falsa creencia de que en una gran ciudad uno pasa desapercibido. La calle de Preciados, con sus comercios, su música en la calle y vendedores ambulantes, despliega un abanico de posibilidades para el visitante. Uno se queda absorto con la espectacularidad de sus escaparates, escuchando a las bandas de música en la calle o adentrándose en comercios legendarios de la ciudad, algunos abren sus puertas diariamente desde hace más de cien años.

Al cabo de unos meses viajé de nuevo a Madrid para ver una obra de teatro que no se representaba en mi ciudad. Nunca antes había estado en el Teatro Español. Y volví a sentir que era como la primera vez que venía a Madrid. Me quedé embelesado pensando en todos los clásicos de nuestra literatura que se han representado en esas tablas centenarias. No es raro, además, coincidir con los actores principales de las obras en los cafés de la Plaza de Santa Ana.

¿Quién no piensa en Madrid como el Broadway español? A esta ciudad llegan cada año más de 1200 espectáculos y se reparten en más de 100 espacios escénicos. No cabe duda de que en tan variado catálogo se encuentran propuestas aptas para todos los gustos, por minoritarios que éstos sean.

Si hablamos de compras, Madrid se sitúa al nivel de las principales capitales mundiales. Los más modernos centros comerciales se entremezclan con las más exclusivas tiendas a pie de calle. ¿Preferimos algo más tradicional? Pues los mercadillos y rastrillos que se reparten por toda la región son el lugar perfecto para dejarse caer. Acertaremos, seguro.

Cuando pensaba que ya conocía todo, me sorprendió de nuevo. Respiré bocanadas de aire puro a pocos kilómetros de la capital. Municipios que hablan de un pasado de gloria, palacios y monasterios como San Lorenzo de El Escorial o Aranjuez, que engrandecen, si cabe, la contemplación del patrimonio nacional. Deportes en plena naturaleza, parajes tan espectaculares como el Hayedo de Montejo de la Sierra o el embalse de El Atazar, y una riqueza gastronómica que no en vano forma parte de su historia y cultura.

El Escorial

Esta semana me acercaré de nuevo a Madrid. Mi grupo favorito toca en el Palacio de los Deportes y aprovecharé para salir por allí con mis amigos. La verdad es que las noches madrileñas se me hacen inolvidables. La gente de allí tiene un carácter especial, son increíblemente abiertos con los que estamos de paso y siempre te involucran en sus planes.

Además, me han comentado que hay en el Museo Reina Sofía una exposición que no me puedo perder. Lo sé, es imperdonable que aún no haya pisado el Prado. Pero sé que voy a volver a Madrid, caminaré por el Paseo del Arte, donde se concentran varias de las mejores pinacotecas del mundo. Y será como la primera vez, porque “Cada vez que vienes a Madrid es como la primera vez”.

Museo Reina Sofía

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