La de esta madrileña estación es una historia de auge, decadencia y resurrección.
El génesis debe buscarse en los tiempos de la República, mérito del ministro de Obras Públicas Indalecio Prieto, cuando la localidad de Chamartín de la Rosa fue elegida como apeadero del proyecto de comunicación entre los pueblos del sur de Madrid y los del norte a través de una línea férrea que luego continuaría hacia Burgos. Lamentablemente, la Guerra Civil interrumpió el plan, del que sólo hubo tiempo de allanar el solar.
Hacia 1946 la capital empezó a experimentar un gran crecimiento urbano con la prolongación del paseo de la Castellana y el trazado de una red de nuevas calles que terminaron por absorber la zona norte, Chamartín incluido. En 1967 aquella sencilla terminal de pueblo se conectó con la legendaria estación de Atocha a través de un túnel subterráneo, popularmente conocido como túnel de la risa, en cuyo trayecto se incluían también las paradas de Recoletos y Nuevos Ministerios.
Chamartín subió un peldaño de categoría pero aún así sus 12 vías resultaban insuficientes, dada la inauguración de la línea a Burgos y el Talgo a Francia, de modo que en 1972 se acometió una reforma. Dos años después el número de vías se había duplicado y diversificado. Fue entonces cuando las estaciones empezaron a reconvertirse, según un nuevo concepto, en centros comerciales y de ocio que incluían tiendas, cines, aparcamientos, etc. Y aparecieron las soluciones arquitectónicas atrevidas (Chamartín puede presumir de un original techo con sucesivas bóvedas alargadas), las escaleras mecánicas, los ordenadores…
Con la remodelación de Atocha parecía que Chamartín entraba en decadencia, pero desde 2007 se ha convertido en punto de salida y llegada del AVE Madrid-Segovia-Valladolid y de los trenes ALVIA (Madrid-Alicante, Madrid-Bilbao, Madrid-Hendaya y Madrid-Asturias) y ALTARIA, cuyo futuro es pasar a ser también de Alta Velocidad cuando se terminen las líneas que cubren. Además está prevista la conexión con el aeropuerto de Barajas.
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